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El Centro Cultural

Historia de una vieja casona

La arquitectura del centro histórico de Lima reúne una serie de estilos, entre los que destacan especialmente el barroco y el neoclásico, con superposiciones y añadidos, que a lo largo de más de cuatro siglos y medio, le han conferido una singular originalidad. Como capital del Virreinato del Perú y una de las ciudades más importantes de “América Hispana”, la llamada Ciudad de los Reyes se mantenía a la vanguardia en los estilos y modas, lo que hacía que las edificaciones se estuvieran modificando o reparando constantemente para adecuarse a los nuevos requerimientos y necesidades de la sociedad limeña; a ello se añade una evolución debida a la intensa actividad sísmica que en varias oportunidades destruyó o dejó en crítico estado a numerosos inmuebles y monumentos.

La primera noticia que se tiene de la finca como tal es de 1685, según consta en una escritura de imposición de censo sobre ella; Luis César de Escarzola, vecino de nuestra ciudad, fue dueño de dicho gravamen. En 1687, se produjo un terremoto que trajo por tierra templos y viviendas de adobe. Para 1699 este inmueble formaba parte de los bienes de Gaspar Fernández de Montejo.

Esta primera ocupación está evidenciada y sustentada en la cerámica que se ha identificado en las diferentes unidades exploratorias en forma aislada y que se presenta intacta en los pisos de una de las unidades de exploración arqueológica.

En el mismo siglo XVII se ha detectado una segunda ocupación representada por una cimentación que corre paralela al Jirón Azángaro y que atraviesa el patio principal por el centro. Ya en el siglo XVIII están documentadas varias transacciones del inmueble, que debieron significar diversas modificaciones en su aspecto.

En 1704, se vende la casa al General Blas de Ayesa, quien luego heredaría a sus hijas el inmueble en mención. El 30 de diciembre de 1763, Manuel Gallegos Dávalos, Conde de la Casa Dávalos compró la casa a Ignes y Josefa de Ayesa; en el documento de venta se adjunta una tasación del inmueble y en él encontramos la descripción más antigua y sucinta de la casa en la que se establecen los linderos: el lindero izquierdo con el Palacio de Torre Tagle y el lindero derecho con la congregación de la O (esto nos indica que el inmueble en ese momento no llegaba hasta la esquina con la calle Beytia).

El Conde Dávalos, fallecido el 21 de diciembre de 1776, conforme a la tasación del inmueble de la época, «reedificó la casa mejorando sus habitaciones» y se puede afirmar que es el Conde quien ejecuta las obras de ampliación hasta la esquina y la remodelación de la casa. Luego de la muerte del Conde la casa es vendida por la Condesa Dávalos a la Caja General de Comunidades de Indios, para establecer en ella la Superintendencia General de Real Hacienda.

A partir de 1821 el inmueble pasa a poder de la familia Rávago, hasta que en 1878 Pedro de la Puente y Rávago vende la casa a Manuel Elguera. El 7 de junio de 1882, Manuel Elguera deja la propiedad a su sobrina Natividad Montero de Sand. En 1886 la casa es vendida a Agustín Tello, pero por un pacto de retroventa el inmueble regresa a su dueña anterior, quien el 15 de enero de 1897 la vende a Melchora Barrera viuda de Aspíllaga. Es la viuda de Aspíllaga quien solicita la inscripción de la finca en el registro de propiedad inmueble y adjunta la tasación correspondiente -en ella ya consta su extensión actual de 1431 m2.- concediéndole así el nombre con el que se conoce a este inmueble republicano en el siglo XX. La casa pertenece a la familia Aspíllaga hasta que en 1954 la sucesión Aspíllaga Anderson vende el inmueble al Estado para su utilización como parte de la sede administrativa del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Evolución arquitectónica

La arquitectura del centro histórico de Lima reúne una serie de estilos, entre los que destacan especialmente el barroco y el neoclásico, con superposiciones y añadidos, que a lo largo de más de cuatro siglos y medio, le han conferido una singular originalidad. Como capital del Virreinato del Perú y una de las ciudades más importantes de “América Hispana”, la llamada Ciudad de los Reyes se mantenía a la vanguardia en los estilos y modas, lo que hacía que las edificaciones se estuvieran modificando o reparando constantemente para adecuarse a los nuevos requerimientos y necesidades de la sociedad limeña; a ello se añade una evolución debida a la intensa actividad sísmica que en varias oportunidades destruyó o dejó en crítico estado a numerosos inmuebles y monumentos.

La primera noticia que se tiene de la finca como tal es de 1685, según consta en una escritura de imposición de censo sobre ella; Luis César de Escarzola, vecino de nuestra ciudad, fue dueño de dicho gravamen. En 1687, se produjo un terremoto que trajo por tierra templos y viviendas de adobe. Para 1699 este inmueble formaba parte de los bienes de Gaspar Fernández de Montejo.

Esta primera ocupación está evidenciada y sustentada en la cerámica que se ha identificado en las diferentes unidades exploratorias en forma aislada y que se presenta intacta en los pisos de una de las unidades de exploración arqueológica.

En el mismo siglo XVII se ha detectado una segunda ocupación representada por una cimentación que corre paralela al Jirón Azángaro y que atraviesa el patio principal por el centro. Ya en el siglo XVIII están documentadas varias transacciones del inmueble, que debieron significar diversas modificaciones en su aspecto.

En 1704, se vende la casa al General Blas de Ayesa, quien luego heredaría a sus hijas el inmueble en mención. El 30 de diciembre de 1763, Manuel Gallegos Dávalos, Conde de la Casa Dávalos compró la casa a Ignes y Josefa de Ayesa; en el documento de venta se adjunta una tasación del inmueble y en él encontramos la descripción más antigua y sucinta de la casa en la que se establecen los linderos: el lindero izquierdo con el Palacio de Torre Tagle y el lindero derecho con la congregación de la O (esto nos indica que el inmueble en ese momento no llegaba hasta la esquina con la calle Beytia).

El Conde Dávalos, fallecido el 21 de diciembre de 1776, conforme a la tasación del inmueble de la época, «reedificó la casa mejorando sus habitaciones» y se puede afirmar que es el Conde quien ejecuta las obras de ampliación hasta la esquina y la remodelación de la casa. Luego de la muerte del Conde la casa es vendida por la Condesa Dávalos a la Caja General de Comunidades de Indios, para establecer en ella la Superintendencia General de Real Hacienda.

A partir de 1821 el inmueble pasa a poder de la familia Rávago, hasta que en 1878 Pedro de la Puente y Rávago vende la casa a Manuel Elguera. El 7 de junio de 1882, Manuel Elguera deja la propiedad a su sobrina Natividad Montero de Sand. En 1886 la casa es vendida a Agustín Tello, pero por un pacto de retroventa el inmueble regresa a su dueña anterior, quien el 15 de enero de 1897 la vende a Melchora Barrera viuda de Aspíllaga. Es la viuda de Aspíllaga quien solicita la inscripción de la finca en el registro de propiedad inmueble y adjunta la tasación correspondiente -en ella ya consta su extensión actual de 1431 m2.- concediéndole así el nombre con el que se conoce a este inmueble republicano en el siglo XX. La casa pertenece a la familia Aspíllaga hasta que en 1954 la sucesión Aspíllaga Anderson vende el inmueble al Estado para su utilización como parte de la sede administrativa del Ministerio de Relaciones Exteriores.

La primera etapa de esta casa debió corresponder a la primera mitad del siglo XVIII; su cimentación se encontró en el centro del patio principal y tuvo una disposición totalmente diferente a la actual: el nivel de la casa de la primera mitad de dicho siglo fue rellenado con el desmonte del derrumbe tras el terremoto de 1746 y dio paso al nuevo trazado del patio principal y por ende de la casa.

En la segunda etapa la casa es reedificada, tal como aparece en la escritura de venta del 3 de junio de 1784 en la que se dice que el Conde de la Casa Dávalos (quién muriera en 1776) «reedifica la casa mejorando sus habitaciones». La casa reedificada es la que se describe en la tasación realizada ese mismo año. Es a partir de esta fecha que se puede hablar con certeza de la existencia de un primer patio con zaguán y habitaciones de comercio hacia las calles Beytia y San Pedro, que corresponde a un esquema de casa solariega tardía, con proporciones barrocas.

Una tercera etapa se da a fines del siglo XIX, en la cual se reedifica el inmueble sobre el esquema de planta anterior, con base estructural de ladrillo y cuyo esquema de distribución y disposición de vanos (salvo pequeñas alteraciones) es el que conserva hasta hoy; se reconstruye la escalera en mampostería, se modifican las habitaciones del primer patio, se colocan las columnas de pino, etc. En esta época el inmueble se remodela sin los balcones de cajón puesto que su prohibición entró en vigencia en 1870.

Cuando la familia Aspíllaga adquiere el inmueble en 1897, lo hace conjuntamente con el solar posterior, lo que da a la casa el área total de 1431 m2. con que cuenta hoy. Desde ese momento se alinean y se remodelan las fachadas, cuyo planteamiento corresponde al típico esquema neo­renacentista de fin de siglo XIX, con algunos elementos de tendencias modernistas (art nouveau, art deco). Los tabiques de quincha con caña partida que se presentan en muros del segundo patio y en la zona que corresponde al cajón de la escalera, así como la estructura de madera de pino, son característicos de fines de siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se da esta última gran remodelación del inmueble.

 

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